REFLEXIONES EN TORNO A LA DÉCIMA EDICIÓN DEL «ROBBINS» (segunda y última parte)

Tras escribir y compartir la primera parte de esta entrada, dos colegas me hicieron sendos comentarios opinando sobre esta décima edición (2021) del afamado libro. Para el doctor Adrián García esta décima edición tiene algunos aspectos que no acaban de convencerle y para la doctora Myrna Arrecillas, que secunda la opinión de Adrián, algunos temas contenidos en el libro están demasiado resumidos, con menos detalles relativos a la patogenia en comparación con la novena edición de 2015. Ambos parecen coincidir en seguir consultando la novena edición, sin excluir el acudir a la décima.

Dado que no he podido averiguar cuáles son los detalles específicos que les desagradan y habiendo adquirido recientemente la décima edición, no tengo argumentos que oponer a sus opiniones, que seguramente están bien fundamentadas. Pienso que la nueva edición de cualquier libro no es necesariamente mejor que las que la precedieron, pero, sin haber donado todavía la novena edición a la biblioteca de mi hospital (como he hecho a lo largo de los años), me sigue fascinando viajar a través de sus páginas y deleitarme contemplando sus ilustraciones.

Cuando se tiene ya cierta edad, es decir, cuando uno va envejeciendo como ser humano y como patólogo, acudir a una nueva edición del «Robbins» permite no sólo actualizar los conocimientos sobre los caminos que conducen a la enfermedad, sino maravillarse al comprobar lo mucho que se ha avanzado en el conocimiento molecular de la vida y de sus desviaciones.

Pongamos un ejemplo: quienes a finales de los 70 del siglo pasado (¡uf!) nos asomamos a las micrografías electrónicas para observar las uniones intercelulares y las de las células con la matriz extracelular, veíamos unos manchones electrodensos rellenando el espacio entre las membranas de dos células vecinas o ciertos engrosamientos de las membranas basales. En las descripciones que acompañaban a las fotografías aparecían términos como «uniones ocluyentes», «uniones adherentes» y «uniones comunicantes». La imaginación se bloqueaba cuando la terminología estaba en latín: «zonnulae occludentes», «zonnulae adherentes» o «maculae adherentes».

Hoy, cualquier estudiante de los primeros semestres de la carrera de medicina no tiene que esforzarse demasiado para entender hasta el más fino detalle molecular de estas estructuras. Los soberbios esquemas a colores que se encuentran en los libros actuales de biología molecular terminan con el asombro y permiten una comprensión mucho más profunda del tema. Y no se diga de los extraordinarios recursos audiovisuales con animaciones portentosas que están al alcance de un clic.

Pues bien, esa es también una diferencia que se percibe cada vez con mayor claridad en la evolución de las diferentes ediciones del «Robbins»: cómo van ganando terreno los detalles moleculares de los procesos vitales, desplazando a la morfología macro y microscópica que hasta hace poco era el nivel de compresión más profundo con el contábamos los patólogos para entender la enfermedad.

Las micrografías van dejando paso a los mapas genéticos y genómicos, a las estructuras tridimensionales de las proteínas que recientemente pueden predecirse con asombrosa exactitud mediante la inteligencia artificial y a numerosas determinaciones moleculares que han ampliado nuestro arsenal diagnóstico, impulsando un nuevo enfoque terapéutico y, en suma, que se han convertido en los heraldos de una nueva medicina que, en un ambicioso propósito de expectativas y alcances, llamamos personalizada o de precisión.

Conviene aquí detenernos un momento. Pese a todas estas novedades, «El Robbins» sigue conservando sus antiguas referencias clínico-patológicas. Nos da con ello una pista importante: la medicina molecular no puede aportar auténticos beneficios al género humano sin esas esas anclas que la ubican en el contexto apropiado. No es una sustitución de enfoques, sino la ampliación del conocimiento biológico que ahora penetra en niveles cada vez más profundos de la organización de la materia. Debe entenderse así y el libro así nos lo demuestra.

La biología molecular ejerce una atracción irresistible, en especial sobre las mentes de los patólogos jóvenes. Nadie puede dudar de su gran potencial y de los preciosos frutos que ya empieza a cosechar. Pero debemos insistir que debe ponerse al servicio del paciente y de su padecimiento, lo que obliga a una práctica clínica depurada y a un ejercicio minucioso de la anatomía patológica. Sólo así podremos conocer la naturaleza multifacética del ser humano sano y enfermo. Creo que aquellos que anticipan la muerte de nuestra profesión por la inmolación de sus raíces en el altar de la biología molecular se están precipitando.

Sobre lo anterior, merece la pena conocer la opinión de Edward O. Wilson, uno de los biólogos y naturalistas más importantes de la actualidad: «La biología molecular está en la base (como siempre se encargan de resaltar sus estudiosos), porque todo depende de esos ladrillos ultramicroscópicos. Sin embargo, la biología molecular es un gigante indefenso. No es capaz de especificar los parámetros de espacio, tiempo e historia que son cruciales para definir los niveles más altos de la organización».

Con el poder de la biología molecular, los patólogos podemos aumentar significativamente nuestra capacidad de análisis, pero necesitamos hacer simultáneamente un gran esfuerzo de síntesis. De otro modo, extraviaremos el camino y serviremos mal a nuestros pacientes. 

«El Robbins» es un buen ejemplo de esa síntesis, más allá de las cambios que se han introducido en su última edición. Es esa capacidad de integrar lo clásico con lo nuevo para mejorar la comprensión de nuestra realidad biológica lo que hace de este libro un compañero confiable del estudiante de medicina, del residente de patología, del patólogo practicante y, sobre todo, del profesor de medicina y de anatomía patológica.

Publicado por Luis Muñoz

Soy médico anatomopatólogo. Me gusta la lectura, la divulgación científica, reflexionar sobre el quehacer cotidiano, el entorno y las lecciones de la historia.

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